La Puta Verdad - Ediciones Continente

Recientemente se ha editado mi segundo libro, La puta verdad. Aquí un extracto del prólogo realizado por el poeta y amigo Luis Antonio de Villena.

Ave soul - Jorge Pimentel


Cuando una mañana de agosto bajaba por una calle
y tú subías por la misma calle
te conocí y nos miramos y nos hicimos hermanos.
Pronto la poesía humedeció nuestros corazones
extranjeros —lumpen— marginales para esta sociedad
que nos vio en hogares distintos
despeñándonos en las propias narices
de nuestros padres a un fondo insalvable
de cuya profundidad sólo saldríamos convertidos
en poetas.
Y eras una figura que los surrealistas
dejaron olvidada detrás de la puerta
y en el periplo de tu existencia la soledad
fue aquel parque que en la niñez uno rehusó ir
¡sabe Dios por qué!
Pero tú duermes con el rostro pegado a una pared
de un cuarto oscuro
en tu cama de palo
palo de rosa
palo de escoba
rodando con el alma de la mariposa
bellísima que quisiste poseer.
Y a tu costado la presencia de un asma incurable
que por sus características sobra ribetes de angustia
y admiro tu fortaleza de voces vastas y brillantes
claras, tan claras
que no necesitabas hablar.
A las dos de la mañana desaparecías
¿pero a dónde ibas?
A seguir caminando
a seguir dejando rastros confusos
en todos los bares
en todos los parques
en las estaciones de policía
en los recitales
que nosotros mismos organizábamos.
La lluvia quemó los puentes y los andamios
por donde pasarías derechito al sol.
Toda la leche malograda que bebiste
de los vendedores ambulantes.
Todos los panes con huevo podrido que consumiste
donde jamás hubo el saludo que se le da
a los que regresan victoriosos.
Y un día íbamos a vender unos libros usados
porque necesitábamos dinero para tantas cosas
y en el trayecto nerviosamente me dijiste
—que qué hacía— y yo te pregunté —por qué—
y tú me contestaste —se me está acabando el cigarro—
Rodaste con el torso desnudo
pero medio pelo te bastó
para demostrar tu hombría.
Las mujeres han tatuado nuestros cuerpos
con cerdas antiquísimas
y han bordado con flores
tu mejor camisa.
Los hombres te aman al igual
que amarían a sus mujeres
y a sus hijos.
Sólo nos resta decirle al mundo
que nos conjugaremos en ese verbo
ser y estar y luchar
para alcanzar la belleza de ese árbol
que no paró de crecer
cósmico como la fuente
de aquella plaza
donde brotaban
las palomas.