¿Do you remember Vanasco?



Enhorabuena, diría un español. Los jóvenes editores de Mil Botellas han publicado Los muchos que no viven. Ramón Tarruella y sus compañeros y compañeras de viaje editorial han logrado la proeza de traernos de nuevo esta maravillosa obra editada, por vez primera, en 1964.
En ocasiones, reeditar una obra, implica reeditar un mundo, sus situaciones, y sus personajes. Este es el caso. Se reedita un universo, el de Vanasco, Mario Trejo, Enrique Villegas, Paco Urondo, Noe Jitrik, Miguél Brascó, el de un Buenos Aires que parece haber desaparecido. Quizás lo encuentres en alguna recova absurda o incluso en una librería vieja donde consigas dar con un viejo ejemplar, por ejemplo de Sin embargo Juan vivía, como el que ahora tengo entre manos. Con justeza, dice Noé Jitrik en un prólogo que no ha perdido un ápice de vigencia, Vanasco fue el autor de la primer novela objetivista – termino que años después se apropiarían en Francia-. Como también fue el co-autor de No hay piedad para Hamlet, esa maravillosa obra de teatro del absurdo en la que destacaban los diálogos entre un simple comisario y el joven Oliverio que, como Vanasco y Trejo, se preguntaba por el sentido o el –sin- sentido de la existencia.
En la prosa de Vanasco destaca el humor dialogal, un humor norteamericano, perteneciente a la mejor tradición del cine. A diferencia de otros escritores argentinos – tan afectos al chiste fácil- la narrativa de Vanasco se sostiene, entre otras cosas, por una serie de gags que concluyen en profundas reflexiones filosóficas – no olvidar que Vanasco escribió también el ensayo Vida y obra de Hegel.
Destaco, siempre lo hago, su novela Nueva York, Nueva York (1968). Dura, humorística, concreta, situada en unos Estados Unidos en los que ya la generación beat había hecho aparición y en los que se prefiguraba Woodstock. Alberto se hacía eco de las revueltas juveniles, de las vida clásica de la clase media de New York, del izquierdismo psicológico norteamericano. Muy lejos estaba de las novelas en las que, en lugar de analizar, ese colosal fenómeno que es Estados Unidos, sólo se trataba de criticarlo como imperialismo burgués.
En toda la obra de Vanasco hay un hombre que vive, el mismo que vivió en Poesía Buenos Aires, en el Grupo de Arte Concreto Invención, y en esa loca y psicodélica experiencia que fue el H.I.G.O Club, en la cual publicó su libro de Sonetos (los absolutos y los intrascendentes que no lo eran, y esto lo afirmo de forma absoluta), y en el que también mi querido Mario Trejo publicase un libro de sonetos bastante olvidado, Celdas de la sangre.
Felicito a los editores y a Albertito, su hijo, que está siempre al pie del cañon defendiendo y promoviendo la obra de su padre.
He leído esta obra – y otras- en voz alta para el maestro Mario Trejo, el fiel amigo de Vanasco desde los tiempos en que cursaban juntos en el Colegio Nacional de Buenos Aires- y recomiendo a los cineastas que se tomen el trabajo de hacer lo mismo. Quizás de allí pueda surgir un film.
Pero, ya estoy soñando nuevamente. Está bien. Vladimir Ilich decía que había que soñar a condición de tomarnos seriamente nuestros sueños. Quienes soñaron este libro lo han logrado.
Alberto Vanasco está aquí. On the road. De nuevo. Para siempre. Como siempre.


FRAGMENTOS DE LA OBRA DE ALBERTO VANASCO

De Nueva York, Nueva York




- A mi me emociona el dinero – dijo Maureen – y creo que verdaderamente existe.
- Sí, pero los hombres no lo poseen; el dinero pertenece a la especie, como tantas otras cosas. Casi todos se engañan al ver la riqueza o la cultura precipitadas o acumuladas durante siglos por infinidad de generaciones, y piensan que pueden pertenecerles. Pero una sola vida no alcanza para sentirlas realmente. ¿Qué puede haber vivido Rimbaud de la poesía? ¿O Keats? ¿O el mismo Goethe, si lo prefieren? Nada. Apenas un soplo. La verdadera poesía es un producto de la historia. Los hombres apenas la rozan, y esto, algunas veces. Como sucede con el dinero o la ciencia. Un leve contacto, nada más.
- Me basta ese contacto – dijo Maureen, y se reía con esa risa tonta de los sagaces -. Ser pobres nos sale muy caro.
- Eso es verdad, el pobre debe pagar mucho más que los ricos por cosas de mucho menor calidad, porque no compra donde quiere sino donde puede. Se pasa la vida pagando el alquiler, por ejemplo, cuando el rico vive gratis. Es una paradoja digna de tenerse en cuenta.
- Creo que el dinero, además, me hace interesante.
- Una mujer sólo es interesante cuando sabe dejar traslucir que se lleva mal con el marido.
- Estás hablando como Henry Wotton- dije yo.
- No he leído a Oscar Wilde
- ¿Cómo sabes entonces qque es un personaje de Wilde?
- A eso se llama ser culto. Saber todo sin haber leído nada.
- ¿Y el que lee todo sin saber nada? – dijo Maureen
- Ese es un erudito- concluyó Raymond


De Los muchos que no viven

- Lo que sucede es que nosotros vivimos en la prehistoria – decía Ignacio-, y nos negamos a aceptarlo. Nada de lo que pasa o se dice entre nosotros interesa hoy en el mundo. Podemos desaparecer de un día para otro sin que nadie se entere, o, por lo menos, sin que le importe a nadie. Las cosas se juegan hoy en otro plano, a otra velocidad, y nosotros todavía nos robamos los unos a los otros.
- No diga eso – aclaraba uno de los presentes, llamado Ferreyra-. Mire que tenemos un pasado y eso es suficiente.
- Sí-, seguía Ignacio -. Es asombroso comprobar la poca consistencia de nuestro pasado. Apenas echamos una mirada sobre América nuestros antepasados se transforman en espectros. Apenas algunas frases, algunas obras; qué poco sabemos de todos ellos. Habría que rescatar estos cuatro siglos de tanteos para conseguir unas pocas formas sólidas en que apoyarnos.
(…)

- ¿Sabe lo que nos une, a todos nosotros? – decía en ese momento uno del grupo, que se llamaba Suárez-. Que todos nos sentimos pueblo.
Yo miraba su cara páida , su cuello blanco y flácido, ajustado por la corbata manchada, su traje arrugado y raído, sus manos transparentes e inertes.
- Vos callate – le gritaba Román-, ¡si subís a un colectivo y no sabés que decirle al chofer! – y se reía con ganas; pero después lo miraba a Ignacio y se quedaba serio.

De Sin embargo Juan vivía



Haré esto. Haré eso. Lo haré. Listo. Lo dejaré pasar. No. Está bien. Diré eso. Seguiré hasta allí. Llegaré hasta casa, descansaré. No iré en ese viaje. Pasarán los días. Llegaré lejos. Viviré días tranquilos. Largos días, llenos de sol. Seré fuerte. Doblaré la esquina. Será él: fue. Seguiré de largo; se parará. Tendré cuidado. No. Iré por otra calle. Llevaré el saco en la mano, lo doblaré. Me quedaré. Si me fuera todo seguiría igual. Lo sabré todo, lo averiguaré. Otro paso. Y otro. Daré dos pasos más. Llegaré a ese árbol. Ahora a ese otro. Ya falta poco. Pasará este día. Pasarán todos. Sacaré un cigarrillo. Un fósforo. Encenderé. Dejaré de fumar. Apenas tenga el primer síntoma dejaré de fumar. Será fácil: habré llegado y me sentiré tranquilo. No más tabaco. Me sentiré sano, me moveré con agilidad. Comeré poco, no seguiré engordando. Trabajaré. Juntaremos dinero. Perderé mi vida. Viajar. ¿A dónde? ¿Con quién? ¿Si me casara? Tendré hijos. Cuidaré de esllos. De mis deudas. Hasta morir. Conoceré otros puertos. África. India. Los grandes puertos del pacífico. ¿Descansaré algún día en las cubiertas de los transatlánticos enormes? Quemado por el sol. Tirado en las playas inmensas. ¿Doblaré en la esquina? ¿Seguiré de largo? Descansaré aquí; tomaré algo fresco. Cerveza. La tomaré lentamente. Tengo que decidirme. Cerraré los ojos. Tendré obra. Me lanzaré de cabeza. Hacer un libro donde esté todo, todo eso. Haré ejercicios; no más pastas. Pagaré. Voy a pagar. Mozo. Llamaré a Brune. Le diré que no. Tendré una sola vida. La viviré de una sola manera. No será posible. Dentro de tres minutos llegaré. Daré los pasos necesarios. Llegaré. Iré al baño. Me bañaré. Descansaré. Pensaré. Tengo que mirar bien, tendré que tener cuidado. No es cosa de equivocarse. Muy bien. Así se hace. Una sola vez: nada más. Entraré. Sólo una vez. Lo pensaré.