Marito, Toti, Trexus:
Serás inmortal. Te lo prometo.
Con vos, siempre.
Tu amigo
Herr Schuster
Gracias a todos los que acompañaron a Mario en este último tiempo. Gracias, muy especialmente, a Carlos, a Yenni y a Sujei, sus imbatibles enfermeros y bellisimas personas. Gracias al Padre Francisco, que lo casó con María Fernanda - la prueba irrefutable de que Dios existe y, como dice, mi amigo Reynaldo Sietecase, es amigo de Mario Trejo - y a los que hicieron posible que se fuera en paz como un pájaro perdido.
Gracias Marito, gracias por todo.
¿Do you remember Vanasco?
Enhorabuena, diría un español. Los jóvenes editores de Mil Botellas han publicado Los muchos que no viven. Ramón Tarruella y sus compañeros y compañeras de viaje editorial han logrado la proeza de traernos de nuevo esta maravillosa obra editada, por vez primera, en 1964.
En ocasiones, reeditar una obra, implica reeditar un mundo, sus situaciones, y sus personajes. Este es el caso. Se reedita un universo, el de Vanasco, Mario Trejo, Enrique Villegas, Paco Urondo, Noe Jitrik, Miguél Brascó, el de un Buenos Aires que parece haber desaparecido. Quizás lo encuentres en alguna recova absurda o incluso en una librería vieja donde consigas dar con un viejo ejemplar, por ejemplo de Sin embargo Juan vivía, como el que ahora tengo entre manos. Con justeza, dice Noé Jitrik en un prólogo que no ha perdido un ápice de vigencia, Vanasco fue el autor de la primer novela objetivista – termino que años después se apropiarían en Francia-. Como también fue el co-autor de No hay piedad para Hamlet, esa maravillosa obra de teatro del absurdo en la que destacaban los diálogos entre un simple comisario y el joven Oliverio que, como Vanasco y Trejo, se preguntaba por el sentido o el –sin- sentido de la existencia.
En la prosa de Vanasco destaca el humor dialogal, un humor norteamericano, perteneciente a la mejor tradición del cine. A diferencia de otros escritores argentinos – tan afectos al chiste fácil- la narrativa de Vanasco se sostiene, entre otras cosas, por una serie de gags que concluyen en profundas reflexiones filosóficas – no olvidar que Vanasco escribió también el ensayo Vida y obra de Hegel.
Destaco, siempre lo hago, su novela Nueva York, Nueva York (1968). Dura, humorística, concreta, situada en unos Estados Unidos en los que ya la generación beat había hecho aparición y en los que se prefiguraba Woodstock. Alberto se hacía eco de las revueltas juveniles, de las vida clásica de la clase media de New York, del izquierdismo psicológico norteamericano. Muy lejos estaba de las novelas en las que, en lugar de analizar, ese colosal fenómeno que es Estados Unidos, sólo se trataba de criticarlo como imperialismo burgués.
En toda la obra de Vanasco hay un hombre que vive, el mismo que vivió en Poesía Buenos Aires, en el Grupo de Arte Concreto Invención, y en esa loca y psicodélica experiencia que fue el H.I.G.O Club, en la cual publicó su libro de Sonetos (los absolutos y los intrascendentes que no lo eran, y esto lo afirmo de forma absoluta), y en el que también mi querido Mario Trejo publicase un libro de sonetos bastante olvidado, Celdas de la sangre.
Felicito a los editores y a Albertito, su hijo, que está siempre al pie del cañon defendiendo y promoviendo la obra de su padre.
He leído esta obra – y otras- en voz alta para el maestro Mario Trejo, el fiel amigo de Vanasco desde los tiempos en que cursaban juntos en el Colegio Nacional de Buenos Aires- y recomiendo a los cineastas que se tomen el trabajo de hacer lo mismo. Quizás de allí pueda surgir un film.
Pero, ya estoy soñando nuevamente. Está bien. Vladimir Ilich decía que había que soñar a condición de tomarnos seriamente nuestros sueños. Quienes soñaron este libro lo han logrado.
Alberto Vanasco está aquí. On the road. De nuevo. Para siempre. Como siempre.
FRAGMENTOS DE LA OBRA DE ALBERTO VANASCO
De Nueva York, Nueva York
- A mi me emociona el dinero – dijo Maureen – y creo que verdaderamente existe.
- Sí, pero los hombres no lo poseen; el dinero pertenece a la especie, como tantas otras cosas. Casi todos se engañan al ver la riqueza o la cultura precipitadas o acumuladas durante siglos por infinidad de generaciones, y piensan que pueden pertenecerles. Pero una sola vida no alcanza para sentirlas realmente. ¿Qué puede haber vivido Rimbaud de la poesía? ¿O Keats? ¿O el mismo Goethe, si lo prefieren? Nada. Apenas un soplo. La verdadera poesía es un producto de la historia. Los hombres apenas la rozan, y esto, algunas veces. Como sucede con el dinero o la ciencia. Un leve contacto, nada más.
- Me basta ese contacto – dijo Maureen, y se reía con esa risa tonta de los sagaces -. Ser pobres nos sale muy caro.
- Eso es verdad, el pobre debe pagar mucho más que los ricos por cosas de mucho menor calidad, porque no compra donde quiere sino donde puede. Se pasa la vida pagando el alquiler, por ejemplo, cuando el rico vive gratis. Es una paradoja digna de tenerse en cuenta.
- Creo que el dinero, además, me hace interesante.
- Una mujer sólo es interesante cuando sabe dejar traslucir que se lleva mal con el marido.
- Estás hablando como Henry Wotton- dije yo.
- No he leído a Oscar Wilde
- ¿Cómo sabes entonces qque es un personaje de Wilde?
- A eso se llama ser culto. Saber todo sin haber leído nada.
- ¿Y el que lee todo sin saber nada? – dijo Maureen
- Ese es un erudito- concluyó Raymond
De Los muchos que no viven
- Lo que sucede es que nosotros vivimos en la prehistoria – decía Ignacio-, y nos negamos a aceptarlo. Nada de lo que pasa o se dice entre nosotros interesa hoy en el mundo. Podemos desaparecer de un día para otro sin que nadie se entere, o, por lo menos, sin que le importe a nadie. Las cosas se juegan hoy en otro plano, a otra velocidad, y nosotros todavía nos robamos los unos a los otros.
- No diga eso – aclaraba uno de los presentes, llamado Ferreyra-. Mire que tenemos un pasado y eso es suficiente.
- Sí-, seguía Ignacio -. Es asombroso comprobar la poca consistencia de nuestro pasado. Apenas echamos una mirada sobre América nuestros antepasados se transforman en espectros. Apenas algunas frases, algunas obras; qué poco sabemos de todos ellos. Habría que rescatar estos cuatro siglos de tanteos para conseguir unas pocas formas sólidas en que apoyarnos.
(…)
- ¿Sabe lo que nos une, a todos nosotros? – decía en ese momento uno del grupo, que se llamaba Suárez-. Que todos nos sentimos pueblo.
Yo miraba su cara páida , su cuello blanco y flácido, ajustado por la corbata manchada, su traje arrugado y raído, sus manos transparentes e inertes.
- Vos callate – le gritaba Román-, ¡si subís a un colectivo y no sabés que decirle al chofer! – y se reía con ganas; pero después lo miraba a Ignacio y se quedaba serio.
De Sin embargo Juan vivía
Haré esto. Haré eso. Lo haré. Listo. Lo dejaré pasar. No. Está bien. Diré eso. Seguiré hasta allí. Llegaré hasta casa, descansaré. No iré en ese viaje. Pasarán los días. Llegaré lejos. Viviré días tranquilos. Largos días, llenos de sol. Seré fuerte. Doblaré la esquina. Será él: fue. Seguiré de largo; se parará. Tendré cuidado. No. Iré por otra calle. Llevaré el saco en la mano, lo doblaré. Me quedaré. Si me fuera todo seguiría igual. Lo sabré todo, lo averiguaré. Otro paso. Y otro. Daré dos pasos más. Llegaré a ese árbol. Ahora a ese otro. Ya falta poco. Pasará este día. Pasarán todos. Sacaré un cigarrillo. Un fósforo. Encenderé. Dejaré de fumar. Apenas tenga el primer síntoma dejaré de fumar. Será fácil: habré llegado y me sentiré tranquilo. No más tabaco. Me sentiré sano, me moveré con agilidad. Comeré poco, no seguiré engordando. Trabajaré. Juntaremos dinero. Perderé mi vida. Viajar. ¿A dónde? ¿Con quién? ¿Si me casara? Tendré hijos. Cuidaré de esllos. De mis deudas. Hasta morir. Conoceré otros puertos. África. India. Los grandes puertos del pacífico. ¿Descansaré algún día en las cubiertas de los transatlánticos enormes? Quemado por el sol. Tirado en las playas inmensas. ¿Doblaré en la esquina? ¿Seguiré de largo? Descansaré aquí; tomaré algo fresco. Cerveza. La tomaré lentamente. Tengo que decidirme. Cerraré los ojos. Tendré obra. Me lanzaré de cabeza. Hacer un libro donde esté todo, todo eso. Haré ejercicios; no más pastas. Pagaré. Voy a pagar. Mozo. Llamaré a Brune. Le diré que no. Tendré una sola vida. La viviré de una sola manera. No será posible. Dentro de tres minutos llegaré. Daré los pasos necesarios. Llegaré. Iré al baño. Me bañaré. Descansaré. Pensaré. Tengo que mirar bien, tendré que tener cuidado. No es cosa de equivocarse. Muy bien. Así se hace. Una sola vez: nada más. Entraré. Sólo una vez. Lo pensaré.
Gui Rosey - Julián Axat
Lean este gran poema de Julián Axat. En la mejor tradición de Bolaño. Y de la renovación de la poesía argentina. Si es que eso existe. Y si no existe...en su mejor invención.
GUI ROSEY
(Fragmento)
Pienso en Gui Rosey
y evoco a los nuestros que también se los tragó la tierra
o la tierra que les tiraron encima/
sin saber si habían muerto
a los contratados para encontrar su tumba
pienso en Bolaño que también buscó a Gui Rosey
y nosotros lo copiamos para buscar las tumbas de los nuestros
Marsella siempre la misma
inmigra o emigra la hormiga argonauta que lleve su nombre
el dato preciso para dar con cadáver/cuerpo bellosinio
cometa atrapado para siempre/en las fauces de una ostra
traficantes de diamantes encienden flores
Rimbaud también desaparece en Marsella/con la garganta seca/podrida
el murallón de su rostro/el poeta surrealista de 1941
el poeta de 2008 que lo busca
puerta asimétrica abriendo dimensiones opuestas
cuántos vinieron tras el misterio
cuántos se perdieron/y nada…
sólo un nombre en los anales de la poesía
ni una pista en la ciudad que lo lleve
al sitio del derrumbe/de la perdida
el puerto estalla de noche sin viento
hace más de 50 años el mismo ojo rasante
el que se escapa de tanta tristeza
Marsella es menos real ahora que antes
se pregunta la pleamar que se lo haya tragado
la nube o habitación vacía que consume flores
amigos/monstruos/cielo de palabras rastros
observa los mismos astros que él observó en el puerto
aspirar en éxtasis el sepia del agua
cuál es la gota que pudo rozarlo/te prohíbo salir le dijo
puedo verlos partir al amanecer
a babor armaban cadáveres exquisitos
para importar al norte estribor
de eso vivirían por unos años
el barco y ellos en el horizonte
festejaban la resistencia inconclusa
aquello/que debería ser hecho por todos
GUI ROSEY
(Fragmento)
Pienso en Gui Rosey
y evoco a los nuestros que también se los tragó la tierra
o la tierra que les tiraron encima/
sin saber si habían muerto
a los contratados para encontrar su tumba
pienso en Bolaño que también buscó a Gui Rosey
y nosotros lo copiamos para buscar las tumbas de los nuestros
Marsella siempre la misma
inmigra o emigra la hormiga argonauta que lleve su nombre
el dato preciso para dar con cadáver/cuerpo bellosinio
cometa atrapado para siempre/en las fauces de una ostra
traficantes de diamantes encienden flores
Rimbaud también desaparece en Marsella/con la garganta seca/podrida
el murallón de su rostro/el poeta surrealista de 1941
el poeta de 2008 que lo busca
puerta asimétrica abriendo dimensiones opuestas
cuántos vinieron tras el misterio
cuántos se perdieron/y nada…
sólo un nombre en los anales de la poesía
ni una pista en la ciudad que lo lleve
al sitio del derrumbe/de la perdida
el puerto estalla de noche sin viento
hace más de 50 años el mismo ojo rasante
el que se escapa de tanta tristeza
Marsella es menos real ahora que antes
se pregunta la pleamar que se lo haya tragado
la nube o habitación vacía que consume flores
amigos/monstruos/cielo de palabras rastros
observa los mismos astros que él observó en el puerto
aspirar en éxtasis el sepia del agua
cuál es la gota que pudo rozarlo/te prohíbo salir le dijo
puedo verlos partir al amanecer
a babor armaban cadáveres exquisitos
para importar al norte estribor
de eso vivirían por unos años
el barco y ellos en el horizonte
festejaban la resistencia inconclusa
aquello/que debería ser hecho por todos
Poema - Nicolás Prividera
Subo un poema del amigo Nicolás Prividera. Pueden encontrarlo en la antología "si Hamlet duda le daremos muerte" editada por Libros de la Talita Dorada. Grandiosos giros de Ginsberg, Brecht, y el tango. Y en un solo poema, que no es poco. A gozar amigos.
He visto
a las cabezas más brillantes de mi generación
destruidas por la estupidez.
Jóvenes repitiendo viejos
gestos frívolos, entregados
al mercado como antes a la expulsión
de los mercaderes, en tiempos en que los poetas profesan
la pasión por la indiferencia
a cambio de un lugar en la Academia,
voceando espejos de colores, usando la palabra
justa
solo para recibir un premio municipal o
el retiro anticipado. Hijos desencantados
que visten el nombre de su padre
desaparecido
en las mazmorras, abatido
por una pastilla de cianuro, invocado
en el neón de un resto
en Palermo, en las únicas cartas que sobrevivieron,
nombrando entradas agridulces y vinos
importados. Hijos
de la democracia respirando
pegamento, inyectándose odio, fumándose todo
lo que puedan meter en un caño, para olvidar aquello
de que con las urnas se come,
se cura, se educa, se entierra,
repitiendo grados,
uniformes, historias y almuerzos
desnudos, en el mismo charco de barro
en que los parió la Patria, basural
de un cuadro de Berni que nunca verán
en el Malba porque los echarían a patadas,
si se acercaran a menos de cien metros con su rancio olor a sur,
paredón y después. He visto
almas bellas encrespadas ante cuerpos crudos
que recuerdan el olvido, y tapando
el sol embisten
contra las ventanillas polarizadas, residuo inextinguible
de las décadas perdidas. He visto economistas
que proscriben la rabia y asientan barros
cerrados sobre los huesos de los muertos. He visto
a los que se enriquecieron vendiendo a sus madres,
bautizar con sus nombres las crucificadas calles
de Madero. He visto a respetables jefes
de familia comulgando
con torturadores confesos, inquisidores templados,
asesinos reservados, y otros rutinarios defensores
de nuestro modo de vida
occidental y cristiano. He visto
a los mismos intelectuales inorgánicos
que velaban armas, velando
por el sueño de los que velaron
el sueño. He visto repetidos
fachos de salón clamando por la perdida paz
de los cementerios, pidiendo
mano dura, pija dura, reventarlos-a-todos
para estar por fin seguros
de que tampoco estos van a seguir
jodiendo. He visto
a bravíos partidarios que ayer
llamaban a las armas, a diestra y siniestra
del Padre, hoy empuñando sus incisivos
cubiertos, almorzando con Mirtha Legrand, sobándose
entre entradas y postres impasibles. He visto
a las viejas cabezas de su generación saltar
sobre cadáveres insepultos, lamentándose
por haber perdido el pelo
y algunas mañas. He visto
como un celebrado poeta (ya no) militante,
ayudado por su nombre encontró a su apropiada
sangre, la de aquellos que lo perdieron
todo (hasta su nombre). Me pregunto
¿qué pensaría aquel militante, poeta
él, que antes luchaba (más allá del lenguaje)
por los sin voz. ¿Cuál de los dos
era el equivocado? Tal vez
ambos: el ayer militante, el poeta siempre. Pero
usar versos para mover
influencias es peor que llamar
a las armas para agitar
conciencias, ya que
la conciencia es lo último
en perderse (aún
la de aquellos que hasta perdiendo
todo no han perdido
su nombre). He visto ayer
revolucionarios hoy transigentes
empresarios exitosos, asesores sin imagen,
cagadores de alto vuelo. He visto
viejos resistentes que prefieren conservar
la foto del General junto a una vela
antes de quedarse sin santos. Viejos caudillos urdiendo
sus intrigas palaciegas, denunciando infiltraciones
de los traidores de siempre, para después arrojar
sobre la mesa a sus propios muertos
(y los muertos que vos matáis gozarían
de buena salud, si pudieran levantarse
cada vez que los invocan sus verdugos).
El menemismo fue como la polio:
al que no lo mató lo dejo paralizado. He visto
reputados intelectuales alabando
las mismas tristes operetas que ayer
(cuando estaban en la Vanguardia, jugando
a la Revolución) detestaban. He visto
escribas con claque, cuyo currículum invoca
el espíritu irredento del pero-ni-ismo
(que hoy solo sirve –a duras penas- para edulcorar
una épica del fracaso, y acaso
aparatear intendencias y cafés literarios), chapeando
patotas en las fuentes y morochos sin abasto
y cándido amor de los arrabales, para conseguir
al menos un puestito desde el que balconear
la viveza populosa del posibilismo. He visto
poetas palermitanos con veleidades plebeyas
fatigando un civilizado barbarismo
por verso, imaginándose malditos
y siendo simplemente malos. He visto
artistas esculpiendo su propia estatua y críticos a sueldo
que convierten en victoria cada derrota. Ayer
apocalípticos, hoy integrados, mercenarios siempre. He visto
combatientes que lucharon por la amabilidad,
sin poder ser piadosos. Ustedes,
los que heredarán el mundo que les dejan
los que a morir empiezan, piensen en ellos
sin indulgencia. No
han sabido, no
han querido, no han sido capaces. De escribir
la historia, hablo. Y no me apuesto afuera. Cada uno elige
su lugar o su excusa. También cada generación. Si todavía
podemos hablar de generaciones
sin que nos tiemble la voz. Hablo
de su generación: ¿En verdad
creyeron que el Padre iba a venir a fundar la Patria
Socialista? ¿O que
le iban a torcer el brazo llenándole la plaza o
tirando el cadáver de su discípulo bienamado
ante su puerta? ¿De verdad creyeron que el Viejo
les iba a entregar su alma en lugar
de legársela a sus enemigos? ¿De verdad
creyeron poder dominar el gran cuerpo
peronista
inyectándole su propia sangre? Ay, ay, ay,
que lindo que va a ser
el Museo de la Memoria en el Sheraton Hotel.
No hay que contar el fracaso
de la Historia, sino la historia
de ese Fracaso: Dicen
que hay que matar a los padres
pero si otros lo hacen por nosotros
(aboliendo la metáfora y dejándonos
desnudos
y literales) ya solo nos queda
la eterna errancia. El fuego aquel
de Prometeo se ha extinguido,
pero el buitre aún sigue
picoteándole las entrañas: la Historia
continuará sin fin. ¿Pero cómo poder ser, otra vez,
algo más que el pálido fuego
fatuo que nos consume? Ni la negación
ni la identificación: caminos sin retorno ¿Cómo
encontrar entonces la hendidura
de esa subjetividad doliente? Es claro
que solo devolviéndole a la experiencia (histórica)
su sentido (político) podemos
salir
de esa encrucijada. Hablo
a mi generación: Los que perdieron
sus certezas, junto con sus padres (modernos:
aquellos que perdimos el Sujeto
Trascendente, la tragedia
fue tener un gran pasado por delante.) Atrapados
entre dos fuegos: el ayer inhabitable (los compañeros paternos
que sobrevivieron para convertirse en guardianes
o verdugos de su propio pasado) y el de nuestros propios compañeros
(sobrevivientes que no saben que son
sobrevivientes, porque nadie supo contarles –como alguna vez
sospecharon- que hubo otro país antes
de este: oscuro y cotidiano
como una tumba). No podemos mirar
sin vaga nostalgia un pasado irreal
que (no) nos pertenece, ni mirar sin
decepción
un presente que heredamos
con disgusto. Como si nos hubieran dejado
solos, con fantasmas que no son
solo nuestros. Heredamos
sus deudas y no sus compromisos. Y entonces los sentimos
ambiguamente nuestros (queremos poder
entenderlos y despedirlos. Y no sé que sería
más difícil), porque solo pudimos hacerlos nuestros
poniéndoles el cuerpo, dándoles
nuestra breve carne y nuestra ligera voz. Y entonces ya
no oímos la nuestra, o no quisimos reconocernos
en ese habla mestizada con la lengua
de los sicarios. Y entonces balbuceamos,
buscando el sonido
más elemental, más cercano
al núcleo que escarbamos. Pero solo
logramos recuperar un cuerpo
disgregado y nuestro. Y
esos esfuerzos, esos pasos torpes que dimos
hacia ellos, ¿no estaban, desde siempre,
condenados al fracaso, no nos hablaban
del fracaso? Porque ¿cómo hablar de nosotros
sin hablar por ellos? (Para los forenses es fácil
hacer hablar a los cuerpos: solo buscan
una identidad. Nosotros
nos identificamos con eso
que no podemos recuperar, con la piel
más que con los huesos, con todo
lo que no entra en una tumba, por más
fechas y nombres que pudiéramos -ay, si pudiéramos-. Solo
nos queda avanzar palmo a palmo,
palabra por palabra,
reconstruyendo este lenguaje
viciado de frases deshechas, de horrores comunes.
Caminar recogiendo uñas y dientes,
pelos y señales. Compartir
el pan y el vino, el alma y el cuerpo. Y reírnos
en la noche, con las caras apenas
iluminadas por los últimos
fuegos,
como un alegre fantasma
del porvenir.
He visto
a las cabezas más brillantes de mi generación
destruidas por la estupidez.
Jóvenes repitiendo viejos
gestos frívolos, entregados
al mercado como antes a la expulsión
de los mercaderes, en tiempos en que los poetas profesan
la pasión por la indiferencia
a cambio de un lugar en la Academia,
voceando espejos de colores, usando la palabra
justa
solo para recibir un premio municipal o
el retiro anticipado. Hijos desencantados
que visten el nombre de su padre
desaparecido
en las mazmorras, abatido
por una pastilla de cianuro, invocado
en el neón de un resto
en Palermo, en las únicas cartas que sobrevivieron,
nombrando entradas agridulces y vinos
importados. Hijos
de la democracia respirando
pegamento, inyectándose odio, fumándose todo
lo que puedan meter en un caño, para olvidar aquello
de que con las urnas se come,
se cura, se educa, se entierra,
repitiendo grados,
uniformes, historias y almuerzos
desnudos, en el mismo charco de barro
en que los parió la Patria, basural
de un cuadro de Berni que nunca verán
en el Malba porque los echarían a patadas,
si se acercaran a menos de cien metros con su rancio olor a sur,
paredón y después. He visto
almas bellas encrespadas ante cuerpos crudos
que recuerdan el olvido, y tapando
el sol embisten
contra las ventanillas polarizadas, residuo inextinguible
de las décadas perdidas. He visto economistas
que proscriben la rabia y asientan barros
cerrados sobre los huesos de los muertos. He visto
a los que se enriquecieron vendiendo a sus madres,
bautizar con sus nombres las crucificadas calles
de Madero. He visto a respetables jefes
de familia comulgando
con torturadores confesos, inquisidores templados,
asesinos reservados, y otros rutinarios defensores
de nuestro modo de vida
occidental y cristiano. He visto
a los mismos intelectuales inorgánicos
que velaban armas, velando
por el sueño de los que velaron
el sueño. He visto repetidos
fachos de salón clamando por la perdida paz
de los cementerios, pidiendo
mano dura, pija dura, reventarlos-a-todos
para estar por fin seguros
de que tampoco estos van a seguir
jodiendo. He visto
a bravíos partidarios que ayer
llamaban a las armas, a diestra y siniestra
del Padre, hoy empuñando sus incisivos
cubiertos, almorzando con Mirtha Legrand, sobándose
entre entradas y postres impasibles. He visto
a las viejas cabezas de su generación saltar
sobre cadáveres insepultos, lamentándose
por haber perdido el pelo
y algunas mañas. He visto
como un celebrado poeta (ya no) militante,
ayudado por su nombre encontró a su apropiada
sangre, la de aquellos que lo perdieron
todo (hasta su nombre). Me pregunto
¿qué pensaría aquel militante, poeta
él, que antes luchaba (más allá del lenguaje)
por los sin voz. ¿Cuál de los dos
era el equivocado? Tal vez
ambos: el ayer militante, el poeta siempre. Pero
usar versos para mover
influencias es peor que llamar
a las armas para agitar
conciencias, ya que
la conciencia es lo último
en perderse (aún
la de aquellos que hasta perdiendo
todo no han perdido
su nombre). He visto ayer
revolucionarios hoy transigentes
empresarios exitosos, asesores sin imagen,
cagadores de alto vuelo. He visto
viejos resistentes que prefieren conservar
la foto del General junto a una vela
antes de quedarse sin santos. Viejos caudillos urdiendo
sus intrigas palaciegas, denunciando infiltraciones
de los traidores de siempre, para después arrojar
sobre la mesa a sus propios muertos
(y los muertos que vos matáis gozarían
de buena salud, si pudieran levantarse
cada vez que los invocan sus verdugos).
El menemismo fue como la polio:
al que no lo mató lo dejo paralizado. He visto
reputados intelectuales alabando
las mismas tristes operetas que ayer
(cuando estaban en la Vanguardia, jugando
a la Revolución) detestaban. He visto
escribas con claque, cuyo currículum invoca
el espíritu irredento del pero-ni-ismo
(que hoy solo sirve –a duras penas- para edulcorar
una épica del fracaso, y acaso
aparatear intendencias y cafés literarios), chapeando
patotas en las fuentes y morochos sin abasto
y cándido amor de los arrabales, para conseguir
al menos un puestito desde el que balconear
la viveza populosa del posibilismo. He visto
poetas palermitanos con veleidades plebeyas
fatigando un civilizado barbarismo
por verso, imaginándose malditos
y siendo simplemente malos. He visto
artistas esculpiendo su propia estatua y críticos a sueldo
que convierten en victoria cada derrota. Ayer
apocalípticos, hoy integrados, mercenarios siempre. He visto
combatientes que lucharon por la amabilidad,
sin poder ser piadosos. Ustedes,
los que heredarán el mundo que les dejan
los que a morir empiezan, piensen en ellos
sin indulgencia. No
han sabido, no
han querido, no han sido capaces. De escribir
la historia, hablo. Y no me apuesto afuera. Cada uno elige
su lugar o su excusa. También cada generación. Si todavía
podemos hablar de generaciones
sin que nos tiemble la voz. Hablo
de su generación: ¿En verdad
creyeron que el Padre iba a venir a fundar la Patria
Socialista? ¿O que
le iban a torcer el brazo llenándole la plaza o
tirando el cadáver de su discípulo bienamado
ante su puerta? ¿De verdad creyeron que el Viejo
les iba a entregar su alma en lugar
de legársela a sus enemigos? ¿De verdad
creyeron poder dominar el gran cuerpo
peronista
inyectándole su propia sangre? Ay, ay, ay,
que lindo que va a ser
el Museo de la Memoria en el Sheraton Hotel.
No hay que contar el fracaso
de la Historia, sino la historia
de ese Fracaso: Dicen
que hay que matar a los padres
pero si otros lo hacen por nosotros
(aboliendo la metáfora y dejándonos
desnudos
y literales) ya solo nos queda
la eterna errancia. El fuego aquel
de Prometeo se ha extinguido,
pero el buitre aún sigue
picoteándole las entrañas: la Historia
continuará sin fin. ¿Pero cómo poder ser, otra vez,
algo más que el pálido fuego
fatuo que nos consume? Ni la negación
ni la identificación: caminos sin retorno ¿Cómo
encontrar entonces la hendidura
de esa subjetividad doliente? Es claro
que solo devolviéndole a la experiencia (histórica)
su sentido (político) podemos
salir
de esa encrucijada. Hablo
a mi generación: Los que perdieron
sus certezas, junto con sus padres (modernos:
aquellos que perdimos el Sujeto
Trascendente, la tragedia
fue tener un gran pasado por delante.) Atrapados
entre dos fuegos: el ayer inhabitable (los compañeros paternos
que sobrevivieron para convertirse en guardianes
o verdugos de su propio pasado) y el de nuestros propios compañeros
(sobrevivientes que no saben que son
sobrevivientes, porque nadie supo contarles –como alguna vez
sospecharon- que hubo otro país antes
de este: oscuro y cotidiano
como una tumba). No podemos mirar
sin vaga nostalgia un pasado irreal
que (no) nos pertenece, ni mirar sin
decepción
un presente que heredamos
con disgusto. Como si nos hubieran dejado
solos, con fantasmas que no son
solo nuestros. Heredamos
sus deudas y no sus compromisos. Y entonces los sentimos
ambiguamente nuestros (queremos poder
entenderlos y despedirlos. Y no sé que sería
más difícil), porque solo pudimos hacerlos nuestros
poniéndoles el cuerpo, dándoles
nuestra breve carne y nuestra ligera voz. Y entonces ya
no oímos la nuestra, o no quisimos reconocernos
en ese habla mestizada con la lengua
de los sicarios. Y entonces balbuceamos,
buscando el sonido
más elemental, más cercano
al núcleo que escarbamos. Pero solo
logramos recuperar un cuerpo
disgregado y nuestro. Y
esos esfuerzos, esos pasos torpes que dimos
hacia ellos, ¿no estaban, desde siempre,
condenados al fracaso, no nos hablaban
del fracaso? Porque ¿cómo hablar de nosotros
sin hablar por ellos? (Para los forenses es fácil
hacer hablar a los cuerpos: solo buscan
una identidad. Nosotros
nos identificamos con eso
que no podemos recuperar, con la piel
más que con los huesos, con todo
lo que no entra en una tumba, por más
fechas y nombres que pudiéramos -ay, si pudiéramos-. Solo
nos queda avanzar palmo a palmo,
palabra por palabra,
reconstruyendo este lenguaje
viciado de frases deshechas, de horrores comunes.
Caminar recogiendo uñas y dientes,
pelos y señales. Compartir
el pan y el vino, el alma y el cuerpo. Y reírnos
en la noche, con las caras apenas
iluminadas por los últimos
fuegos,
como un alegre fantasma
del porvenir.
Tito Muñoz - Una hawaiana con un ukelele
De todas cuantas cosas
se mueven en el globo,
y me estoy refiriendo al Mar Caribe,
a los trenes de mercancías,
al mercurio de los termómetros,
al índice Down Jones
y a Ladislao Kubala,
no hay nada más hermoso
ni que más me complazca
que esta muchacha exótica,
atrapada en un biceps de colores,
con corona de flores y su canción rayada,
loca por dar un salto y repetir “Aloha”
a la marinería americana
y todos los tahúres de Las Ramblas
Joan Baez - Diamonds and Rust
He sido condenada. Aquí viene tu fantasma otra vez. Pero no es algo inusual, es porque hay luna llena. Y tú me llamaste. Y aquí estoy sentada, cogida al teléfono, escuchando una voz caer en picado. Una voz que conocí hace un par de años luz. Recuerdo que tus ojos eran más azules que los de los huevos que pone un petirrojo. Y me dijiste que mi poesía era pésima. ¿Desde donde me estás llamando? Una cabina telefónica, en el Medio Oeste. Hace diez años ya, te compré unos botones para tu camisa. Tu me trajiste algo. Los dos sabíamos que los recuerdos nos podrían traer tanto diamantes como herrumbre. Cuando irrumpiste en la escena, ya eras una leyenda. Un fenómeno sin limpiar, el vagabundo original. Te desviaste hacia mis brazos, y allí permaneciste. Temporalmente perdido en altamar. La Madonna era tu libertad. Sí, la chica de tu otra mitad. Te mantendría a salvo. Ahora te veo ahí, con las hojas marchitas cayendo a tu alrededor, y con nieve sobre tu pelo. Estás sonriendo en la ventana, fuera de éste horrible hotel, en Washington Square. Nuestro aliento forma una nube blanca, mezclándose y flotando en el aire. Sinceramente, para mí, los dos podríamos haber muerto hace tiempo ya. Ahora me estás diciendo que no eres un nostálgico. Dame entonces alguna palabra para justificarlo, tú, que tienes tanta labia para eso. Y haciendo que todo parezca banal, ya que necesito algo de esa banalidad ahora. Todo ésto ha regresado demasiado cláramente. Sí, te quería con todo mi corazón, y si me estás ofreciendo diamantes y herrumbre, ya he pagado mi parte.
Proyecto Nunca Jamás
La Puta Verdad - Ediciones Continente
Ave soul - Jorge Pimentel
Cuando una mañana de agosto bajaba por una calle
y tú subías por la misma calle
te conocí y nos miramos y nos hicimos hermanos.
Pronto la poesía humedeció nuestros corazones
extranjeros —lumpen— marginales para esta sociedad
que nos vio en hogares distintos
despeñándonos en las propias narices
de nuestros padres a un fondo insalvable
de cuya profundidad sólo saldríamos convertidos
en poetas.
Y eras una figura que los surrealistas
dejaron olvidada detrás de la puerta
y en el periplo de tu existencia la soledad
fue aquel parque que en la niñez uno rehusó ir
¡sabe Dios por qué!
Pero tú duermes con el rostro pegado a una pared
de un cuarto oscuro
en tu cama de palo
palo de rosa
palo de escoba
rodando con el alma de la mariposa
bellísima que quisiste poseer.
Y a tu costado la presencia de un asma incurable
que por sus características sobra ribetes de angustia
y admiro tu fortaleza de voces vastas y brillantes
claras, tan claras
que no necesitabas hablar.
A las dos de la mañana desaparecías
¿pero a dónde ibas?
A seguir caminando
a seguir dejando rastros confusos
en todos los bares
en todos los parques
en las estaciones de policía
en los recitales
que nosotros mismos organizábamos.
La lluvia quemó los puentes y los andamios
por donde pasarías derechito al sol.
Toda la leche malograda que bebiste
de los vendedores ambulantes.
Todos los panes con huevo podrido que consumiste
donde jamás hubo el saludo que se le da
a los que regresan victoriosos.
Y un día íbamos a vender unos libros usados
porque necesitábamos dinero para tantas cosas
y en el trayecto nerviosamente me dijiste
—que qué hacía— y yo te pregunté —por qué—
y tú me contestaste —se me está acabando el cigarro—
Rodaste con el torso desnudo
pero medio pelo te bastó
para demostrar tu hombría.
Las mujeres han tatuado nuestros cuerpos
con cerdas antiquísimas
y han bordado con flores
tu mejor camisa.
Los hombres te aman al igual
que amarían a sus mujeres
y a sus hijos.
Sólo nos resta decirle al mundo
que nos conjugaremos en ese verbo
ser y estar y luchar
para alcanzar la belleza de ese árbol
que no paró de crecer
cósmico como la fuente
de aquella plaza
donde brotaban
las palomas.
Poema IX de Una educación sentimental - Manuel Vázquez Montalbán
Nunca desayunaré en Tiffany
ese licor fresa en ese vaso
Modigliani como tu garganta
nunca
aunque sepa los caminos
llegaré
a ese lugar del que nunca quiera
regresar
una fotografía, quizás
una sonrisa enorme como una ciudad
atardecida, malva el asfalto, aire
que viene del mar
y el barman
nos sirve un ángel blanco, aunque
sepa los caminos nunca encontraré
esa barra infinita de Tiffany
el jukebox
donde late el último Modugno ad
un attimo d’amore che mai più ritornerà
y quizá todo sea mejor así, esperado
porque al llegar no puedes volver
a Ítaca, lejana y sola, ya no tan sola,
ya paisaje que habitas y usurpas
nunca,
nunca quiero desayunar en Tiffany, nunca
quiero llegar a Ítaca aunque sepa los caminos
lejana y sola.
Frank O´Hara - Lana Turner ha sufrido un colapso
¡Lana Turner ha sufrido un colapso!
Yo estaba trotando y de pronto
empezó a llover y a nevar
y vos dijiste que caía granizo
pero el granizo te pega en la cabeza
fuerte, así que en realidad nevaba y
llovía y yo iba con tanto apuro
para encontrarme con vos pero el tránsito
actuaba exactamente igual que el cielo
y de pronto veo el titular
¡LANA TURNER HA SUFRIDO UN COLAPSO!
No hay nieve en Hollywood
No hay lluvia en California
yo he ido a un montón de fiestas
y he actuado de un modo por completo vergonzoso
pero jamás he sufrido un colapso
Oh Lana Turner te amamos levantáte
Anarquía - Carlos Oliva
Sobre estas calles donde el amor es una palabra que no se ve
por ningún lado
descubrí un estado de ánimo tan bello
como una flor amarilla en la noche: Anarquía
tuve que elevarme sobre ese amanecer
y dar pasos tan bellos como un triunfal Nureyev
tuve que desgarrar mi corazón sobre el asfalto
beber alcohol en la noche
gemir sobre un cuerpo que también gemía
mi conciencia fue el diamante que cortó las olas
de un mar infernal dibujado en la memoria:
demonios como ángeles esculpidos en piedras preciosas
fuego tallado en rubíes sangrientos
cuadros extraídos de alguna desvariación de Dalí:
yo tengo la voz de los años perdidos
la poesía es una actitud integral y en primavera nacen versos
como niños precoces de esta época velocísima
tus espacios servirán para contener los desbordes
de mi imaginación que fluye a borbotones en la sangre
de mi herida abierta a tu eternidad ¡oh poesía! eres cordillera de frutos
tecnología de una estética burilada en la memoria
pasión
desvelo cólera
tiempo
pues cada verso tiene su pasado su presente y su futuro
cada verso trae recuerdos emoción ilusiones que agobian
mis huesos robados como una fruta al pasado
y el pasado es el recuerdo de una muchacha a la que amé
con desequilibrio
con lucidez psicótica en las noches que Atenea
cuando se desnudaba
inteligencia y sabiduría de un cuerpo amado como un poema
que aún no he escrito.
Iré pues en busca de ese verso infinito
iré como una radiación sobre esta noche tan agitada
como un burdel para ricos donde se inician bellas adolescentes:
hay que destruir todo
yo sólo puedo enunciar estos versos sobre el silencio
porque el recital perfecto lo encuentro en soledad
sin más auditorio que mis imágenes aferrándose al presente
donde los años aciagos resisten los impulsos de las aguas
de estos océanos procelosos de los cuales emerjo yo tan puro
como un dinosaurio que sobrevive al pasado.
Datzibao - Enrique Verastegui
De pronto perdí todo contacto contigo.
Ya no pude llegar al teléfono, recordar ese número y llegar a tu casa que no conocí.
Ya no pude volar sobre ti como todos los días a las tres de la tarde estas pobres alas no dieron más
y aquí me tienes ideando estas líneas que reflejan mis ojos cansados de ir caminando con la mente y las manos repletas de yerba.
Yo fui el primer sorprendido.
La extrañeza de ser dos aves hurgándose el pecho y corriendo uno detrás del otro entre las matas y bancas del parque.
y éramos arrojados fuera de nosotros mismos y por esto fue que conocí tu ciudad
y me apreté contra ti buscando desesperadamente encontrarme en tus ojos y amé todas tus cosas
y tu mirada angustiada y esa seriedad para responderme a ciertas preguntas y cuestiones que nos diferenciaron para siem- pre de las personas nacidas antes de 1950
tu maravilloso instinto agresivo desarrollado contra los males del tiempo y portándote como en la más furiosa embestida
en la batalla por un lugar en el taxi que nos alejó miles de cuadras más cerca de la pasión de la vida
hoy miércoles y no otro día.
Porque ya es hora de ir poniendo las cosas en claro y más que nada empezar a ser uno mismo
un solo obstinado bloque de rabia.
tú por todo lo que para mí reflejabas lo más claro eres mi sopor antes de echarte a gritar por estos sitios malditos
aún después de haber transformado esa palabrita bestialmente lúcida en una flor obsesiva
que yo no quiero acariciar ni comprender el suicidio mi amiga es una espera maldita.
como puede ser aguantarnos un par de horas más en el parque en medio de un viento furioso que pugna por arrancar de raíz lo más nuestro de nosotros
y tú junto a mí convertida en mi aliento escuchándote aprendiendo de ti a la Molina no voy más esa canción negra arde en mi pecho, me aplasta, levanta, avienta a decir no contra todo.
Cada uno recuerda su primera caída.
Cada uno recuerda paso por paso los pasos que fue dando y los que no dio porque en uno mismo está el propio enemigo.
Y yo me levanto para luchar contra mí - y me tengo miedo.
Lo perfecto consiste en desabotonarnos el torso mientras vamos sal- vajemente penetrando en esta selva de arenas movedizas
y tu vida o mi vida no ruedan como esas naranjas plásticas que eludimos porque tú y yo somos carne
y nada más que un fuego incendiando este verano.
La vida se abre como un sexo caliente bajo el roce de dedos reven- tando millares de hojas tiernas y húmedas,
y no dijimos nada pero exigíamos a gritos destruir la ciudad, esta ciudad ese monstruo sombrío escapado de la mitología
devorador de sueños.
Y el musgo creció como un verso clarísimo en tus ojos.
tú querías leer mis poemas aferrarte a ese instante de dulzura don- de jamás hubo límites entre uno y otro ser
y fuiste sólo una muchacha que pasó por mis ojos silenciosamente pegada a mí a mi secreta manera de enredarme en las cosas de explicar un mundo indeciso sembrado con piedras
yo que creí que nada era nada en cualquier lugar de este mundo
y de pronto me di con tus sueños como con un golpe de mar sobre el rostro
y luego adiós porque todo y nada puede explicarse en el amor y porque todo y nada se explica en nosotros y con nosotros.
Llueve - Eugenio Montale
Llueve. Es un gotear
sin ruidos.
de motonetas o gritos
de niños.
Llueve
desde un cielo que no tiene nubes.
Llueve
sobre la nada que se hace
en estas horas de huelga general.
Llueve
sobre tu tumba
en San Felice
a Ema
y la tierra no tiembla
porque no hay terremoto
ni guerra.
Llueve
no sobre la fábula hermosa
de lejanas estaciones,
sino sobre el aviso
impositivo,
llueve sobre los huesos de Jibia
y sobre el comedero nacional.
Llueve
sobre la Gaceta Oficial
aquí desde el balcón abierto,
llueve sobre el Parlamento,
llueve sobre vía Solferino,
llueve sin que el viento
mueva los papeles.
Llueve en ausencia de Hermión
si dios quiere,
llueve porque la ausencia
es universal
y si la tierra no tiembla
es porque Arcetri a ella
no se lo ordenó.
Llueve sobre los nuevos epistemas
del primate en dos pies,
sobre el hombre endiosado, sobre el cielo
hominizado, sobre la cara
de los teólogos en mono
o en paludamento,
llueve sobre el progreso
de la contestación,
llueve sobre los works in progress,
llueve
sobre los cipreses enfermos
del cementerio, gotea
sobre la opinión pública.
Llueve, mas donde apareces
no hay agua ni atmósfera,
llueve porque si no estás
es sólo la ausencia
y puede ahogar.
Birds in the night - Luis Cernuda
El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida
En esa casa de 8 Great College Street, Camden Town, Londres,
Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja,
Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron,
Durante algunas breves semanas tormentosas.
Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde,
Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.
La casa es triste y pobre, como el barrio,
Con la tristeza sórdida que va con lo que es pobre,
No la tristeza funeral de lo que es rico sin espíritu.
Cuando la tarde cae, como en el tiempo de ellos,
Sobre su acera, húmedo y gris el aire, un organillo
Suena, y los vecinos, de vuelta del trabajo,
Bailan unos, los jóvenes, los otros van a la taberna.
Corta fue la amistad singular de Verlaine el borracho
Y de Rimbaud el golfo, querellándose largamente.
Mas podemos pensar que acaso un buen instante
Hubo para los dos, al menos si recordaba cada uno
Que dejaron atrás la madre inaguantable y la aburrida esposa.
Pero la libertad no es de este mundo, y los libertos,
En ruptura con todo, tuvieron que pagarla a precio alto.
Sí, estuvieron ahí, la lápida lo dice, tras el muro,
Presos de su destino: la amistad imposible, la amargura
De la separación, el escándalo luego; y para éste
El proceso, la cárcel por dos años, gracias a sus costumbres
Que sociedad y ley condenan, hoy al menos; para aquél a solas
Errar desde un rincón a otro de la tierra,
Huyendo a nuestro mundo y su progreso renombrado.
El silencio del uno y la locuacidad banal del otro
Se compensaron. Rimbaud rechazó la mano que oprimía
Su vida; Verlaine la besa, aceptando su castigo.
Uno arrastra en el cinto el oro que ha ganado; el otro
Lo malgasta en ajenjo y mujerzuelas. Pero ambos
En entredicho siempre de las autoridades, de la gente
Que con trabajo ajeno se enriquece y triunfa.
Entonces hasta la negra prostituta tenía derecho de insultarles;
Hoy, como el tiempo ha pasado, como pasa en el mundo,
Vida al margen de todo, sodomía, borrachera, versos escarnecidos,
Ya no importan en ellos, y Francia usa de ambos nombres y ambas obras
Para mayor gloria de Francia y su arte lógico.
Sus actos y sus pasos se investigan, dando al público
Detalles íntimos de sus vidas. Nadie se asusta ahora, ni protesta.
"¿Verlaine? Vaya, amigo mío, un sátiro, un verdadero sátiro.
Cuando de la mujer se trata; bien normal era el hombre,
Igual que usted y que yo. ¿Rimbaud? Católico sincero, como está demostrado."
Y se recitan trozos del “Barco Ebrio” y del soneto a las “Vocales”.
Mas de Verlaine no se recita nada, porque no está de moda
Como el otro, del que se lanzan textos falsos en edición de lujo;
Poetas mozos de todos los países hablan mucho de él en sus provincias.
¿Oyen los muertos lo que los vivos dicen luego de ellos?
Ojalá nada oigan: ha de ser un alivio ese silencio interminable
Para aquellos que vivieron por la palabra y murieron por ella,
Como Rimbaud y Verlaine. Pero el silencio allá no evita
Acá la farsa elogiosa repugnante. Alguna vez deseó uno
Que la humanidad tuviese una sola cabeza, para así cortársela.
Tal vez exageraba: si fuera sólo una cucaracha, y aplastarla.
Jorge Pimentel - Balada para un caballo
Por estas calles camino yo y todos los que humanamente caminan
por esencia me siento un completo animal, un caballo salvaje
que trota por la ciudad alocadamente sudoroso que va pensando
muy triste en ti muy dulce en ti, mis cascos dan contra
el cemento de las calles. Troto y todo el mundo trata
de cercarme, me lanzan piedras y me lanzan sogas
por el cuello, sogas por las patas, me tienden toda clase
de trampas, en un laberinto endemoniado donde los hombres
arman expediciones para darme caza armados de perros policías
y con linternas, y cuando esto sucede mis venas se hinchan
y parto a la carrera a una velocidad jamás igualada
por los hombres, vuelo en el viento y vuelo en el polvo.
Visiones maravillosas aparecen ante mis ojos. Y vuelo
y vuelo. Mis extremidades delanteras ejercen presión
sobre las traseras y paralelamente y aun mismo ritmo
antes de asentase en el polvo retumban en la tierra.
Relincho. Y mi cuerpo va tomando una hermosísima elasticidad
me crecen pelos en el pecho y es un pasto rumoroso
el que se ondea y es una música y es un torbellino
de presiones que avanzan y retroceden en mi vuelo. Atrás
van quedando millares de kilómetros y sigo libre. Libre
en estos bosques dormidos que despierto con el sonido
de mis cascos. Piso la mala hierba y riego mis orines
calientes, hirviendo en una como especie de arenilla.
Descanso a mis anchas, bebo el agua de los ríos, muerdo hierba
tallos, rumio. Mis mandíbulas se ejercitan. Muevo mi larga cola
espantando a los mosquitos. Los guardacaballos vigilan
desde la copa de los árboles. Caen las hojas secas.
Los días se suceden y suelo dar suaves galopes hacia la vida.
En invierno los senderos se hacen tortuosos; el fango todo lo invade.
Para el frío utilizo cabañas abandonadas, cuevas en los cerros
que me resguarden de las tormentas. Yo observo la lluvia
desde mi cueva. Cae la lluvia y todo lo moja. Con este tiempo
suelo galopar poco cuidándome de un desgarramiento.
Muchas veces me siento solo y llego hasta los helechos
de los ríos para pensar muy dulce en ti muy triste en ti
y voy galopando bordeando el río añorando alguna yegua
que llegó a correr en pareja conmigo. A veces los niños
que vagan sueltos por las campiñas mientras sus padres
realizan tareas de recolección o labranza me montan a pelo
y solemos recorrer ciertas distancias, ganando los años,
aumentándolos. De ellos sí recibo algún trozo de azúcar.
En el verano el sol se pone rojo y se hace presente con su alegría
y los habitantes de los bosques y campos suelen saludarme
con el sombrero y con la mano. Yo les contesto con un relincho
parándome en dos patas. Y con la luz solar que todo lo invade
suelo dar galopes hacia la vida. Allí
donde mi presencia es esperada me hago realidad.
Allí donde ni un sueño se revela me hago realidad
me hago realidad en esos ojos que están cansados
de ver las mismas cosas. Y es en verano cuando la vida
se enciende y mis cascos recogen la hermosura de la tarde
y asciendo a las cumbres donde diviso extensiones
de mar de cielo de tierra.
Mi figura domina la naturaleza.
Cruza por el cielo un escuadrón de tórtolas.
Cae la noche.
Mi sombra se recobra.
Las ramas crujen.
Y por un instante pensé muy triste en ti muy dulce en ti.
Cae la noche en estos bosques, pareciera que la tierra
se difunde con la noche se propaga se manifiesta.
Y toda la noche he ido creciendo. Y crecía y crecía
aún más aún más ¿hasta dónde crecerás?
¿No tienes miedo? No, contesté. Soy libre.
El día, el nuevo día como algo fresco se anuncia solo.
Por esta época del año suelen cruzar manadas
de caballos ahuyentados y en busca de nuevos campos.
Recuerdo que logré darles alcance y me contaron
que lograron salvarse de una cacería emprendida
contra ellos para mandarlos a vivir a un potrero
y que luego de ser sometidos al cubo de agua
y a la alfalfa son obligados en los hipódromos
a correr distancias de 1,000, 2,500, 5,000 mts.
y no eres libre de correr sino que te dopan te colocan
descargas eléctricas, te manosean, te latigan
con una fusta despellejándote. Y así durante
un buen tiempo mientras ves acumuladas alforjas
de oro y plata. Hasta que llegue el momento de ser
sometido a la reproducción arrinconándote a una yegua
a la vista y paciencia de todos, sin intimidad
en una mañana de tinieblas y poca luz y luego
te separarán de tu yegua y potranco y pasarás
tus años inmisericorde como padrillo viejo y cuando
manques te dispararán un balazo en la sien. Ya
había galopado un buen trecho con la manada
que huía despavorida y me dijeron que probablemente
para el invierno pasarían por aquí para ir más
al norte. Y se alejaron a la carrera. Yo sabía
lo que le sucede a un caballo en la ciudad. Y
por ello me mantengo alejado de ella. Pero a veces
me interno y sucede lo que tiene que suceder. Pero si yo
me rebelo y persisto y amo terriblemente mis posibilidades
de realizarme en un medio donde la civilización se mata
y permanecen odios, prefijo ser caballo. Mojaré
la tierra con mis orines calientes hirviendo con estas ganas
inmensas de vivir y me uniré a las manadas para galopar
hacia la vida, para mantenernos unidos y vencer,
para no estar solos, para volvernos verdes-azules-amarillos
anaranjados-rojos y trotar hacia el nuevo aire fresco
y el campo sin límites.
Seré libre así y al menos mis guardacaballos cuidarán de mí
y de mi yegua
y de mi potranco.
(De Ave soul, Barcelona 1973)
Suscribirse a:
Entradas (Atom)